CELADORES Y SALVAGUARDIAS REALES




A la caída del trienio liberal y para su especial dedicación en el ámbito urbano, se ideó la creación de un Cuerpo de orden público de hechura militar y patrón marcadamente francés. Este nuevo instituto armado surgido por expresa voluntad del "Deseado", denominando Celadores Reales, pretendió seguir muy de cerca a la gendarmería francesa que había dejado grato recuerdo y profunda huella de admiración en el rey durante su confinamiento en Bayona.

Una real cédula expedida en 13 de enero de 1824 dio normas para su funcionamiento y misiones. Sin embargo, la inoperancia de los tribunales dedicados a delitos políticos, con olvido de los comunes, retrasó en parte su establecimiento, no acogiéndose el proyecto como era de esperar. Se formaron para el servicio de Madrid dos escuadrones, y no mucho más tarde, el 1 de septiembre de 1825, el primer regimiento, compuesto por cuatro escuadrones de a dos compañías cada uno, el mando fue confiado al brigadier Rafael Valparda. Se comenzó a su puesta a punto con inusitado entusiasmo y ardor, para luego acabar por los inconvenientes de siempre, en la desesperanza. La misión de los Celadores Reales fue muy concreta: prestación de servicios de seguridad y vigilancia en Madrid y alrededores, Si orgánicamente pertenecían a la Caballería del Ejército, para el servicio dependían del superintendente de Policía que, en Madrid, ejercía además y personalmente las competencias que en provincias correspondían a los intendentes. Los Celadores Reales eran costeados con los fondos de la Superintendencia; sin embargo, al comprobar tan breve experiencia que el presupuesto no hacía posible su funcionamiento, en lugar de aumentarse, por real orden de 13 de mayo de 1827, se disminuyó la plantilla a una "compañía suelta", con setenta y dos celadores y sesenta caballos. Continuó su vinculación orgánica al Ejército, pero ahora bajo la autoridad del capitán general de Castilla la Nueva, quien podía destacarlos total o parcialmente para servicios de escoltas, partidas y ordenanzas, sustracción de atribuciones a la Superintendencia de Policía que fue muy discutida. La fuerza desmontada se organizó en dos compañías de Infantería. A una de ellas, a los pocos meses, con el deshecho de algunos regimientos, se la dotó de caballos.

Uniforme de los Salvaguardias Reales
Uniforme de los Salvaguardias Reales.

De este modo, los Celadores Reales, cuyo proyecto fue de entidad nacional, quedaron reducidos a Madrid y Zaragoza, esta última destacó sobre el resto organizando una compañía sin presupuesto del Estado.

Para sustituirlos María Cristina decretó el 23 de febrero de 1833, la organización de un Cuerpo similar que recibiría el nombre de Salvaguardias Real Nacionales, como a veces se les ha denominado erróneamente. Su plantilla para Madrid se fijó en quinientos hombres, bajo dirección y dependencia administrativa del superintendente de Policía, que lo era en aquellas fechas el mariscal de campo Manuel Latre, aplicándosele nuevamente lo que podríamos llamar "afrancesamiento funcional". El proyecto aludía a todo el territorio nacional, aunque por el momento hubo que contentarse con establecerlo en Madrid y aledaños. Y, así quedó todo. Se había pensado en una plantilla nacional de diez mil setenta y cinco hombres, de ellos, dos mil dieciséis de Caballería, distribuidos conveniente en y relación con la orografía, población, recursos, industrias, etc., de cada pueblo. Para su ingreso fueron fijadas las edades comprendidas entre veinticinco y cuarenta años, medir cinco pies y cuatro pulgadas, saber leer y escribir y estar licenciados del Ejército sin notas desfavorables.

Solamente pudo organizarse una compañía a caballo, integrada con soldados de la Guardia Real próximos a su licenciamiento. Constaba de capitán, teniente y alférez, con iguales sueldos y consideraciones que la Guardia Real. Los salvaguardias fueron solamente cincuenta; disfrutaban del haber diario de seis reales, ración de pan, vestuario, cuartel, montura y utensilio. Tuvieron alojamiento en las dependencias de la Superintendencia de Policía y prestaban servicio montados y a pie, indistintamente, mediante la adjudicación de un semoviente para cada dos salvaguardias. En enero de 1834, motivo de la revista extraordinaria a la guarnición de Madrid que realizó la reina gobernadora, los Salvaguardias Reales, lucieron por vez primera sus lujosos uniformes de gala.

Los servicios peculiares fueron prestados a las órdenes de los comisarios, como fuerza armada para el mantenimiento del orden y vigilancia de calles, plazas, mercados y verbenas. Durante la noche, se montaban rondas a caballo a las salidas de los caminos reales, pero sin distanciarse más de legua y media de 1ª Corte. En 1837, se aumentaron algunas plazas, pero transcurridos dos años, los Salvaguardias Reales fueron disueltos y absorbidos por el recién creado Cuerpo de Policía, de naturaleza civil, que por entonces se pretendía organizar siguiendo el modelo francés. Su uniformidad ostentosa, contrastaba con la parquedad presupuestaria que la institución tenia asignada. Se componía ésta de casaca corta encarnada con cuello, vueltas y barras celestes, pantalón azul con barras encarnadas, chacó alto con las iniciales "S-R" de metal, en lugar de escudo, charreteras de algodón blanco con palas de metal y forrajeras y cordones blancos, con mezcla de hilo azul. Para diario y servicios, usaban casaca corta, pantalón azul celeste y media bota de piel. En cuanto a armamento y montura, eran iguales a los de Caballería del Ejército consistente en carabina, dos pistolas de arzón y sable curvado. La variedad y colorido de sus uniformes hizo que el casticismo madrileño les apodase con el ocurrente nombre de "los periquitos".

Aguado