MIGUELETES Y FUSILEROS DEL REINO DE VALENCIA.

(Regional Valencia)




Su denominación fue muy discutida, debido al origen un tanto enrevesado del término. Para aclarar conceptos muy convenientes, diremos que la voz "miquelet", miguelete, diminutivo vernáculo de Miguel (o Miquel), no quiere decir, como muchos han creído, que sea derivado de Miguel del Prats, célebre bandido y guerrillero, amigo personal del duque de Valentinois, que luchó denodadamente contra los franceses en 1647.

Tan atractiva denominación atiende preferentemente al tipo de arma empleada, cuya llave de chispa, simplificación de la de rueda, apareció a mediados del siglo XVI, dándole dicho nombre para diferenciarla de otras similares que han pasado a la historia del armamento con las denominaciones de "francesa" y "holandesa", arrogándose indebidamente una originalidad que no les corresponde. Francia y Holanda, en unión de Inglaterra, antes que llamarla "llave española", aceptaron el término de "miguelete". De ahí que las armas largas dotadas con dicho mecanismo recibiesen también esta denominación y, por extensión, sus usuarios, a semejanza de lo que ocurría con los que emplean carabinas, fusiles, escopetas y granadas, aunque en este caso, por resultar lo correcto -migueletero- tal vez excesivamente largo, hubo de influir el metaplasma del apócope.

Migueletes de Valencia
Migueletes de Valencia.

Tan famosa llave de chispa española alcanzó fama por suponer un gran avance en la técnica del armamento, acreditado en batallas tan sonadas como las de San Quintín (1557) y Lepanto (1571), siendo conocida en toda Europa a través de nuestros Ejércitos. Según el capitán Barceló Rubí, autores extranjeros de aviesa intencionalidad, denominaron también migueletes a las guardias personales de importantes señores de Cataluña y Aragón, dando a entender, lo que consideramos carente de fundamento, que Miguelot del Prats -que nada tiene que ver con el mencionado anteriormente, matón a sueldo de César Borgia- fue el organizador y jefe de varias de estas guardias personales. Migueletes fueron, en fin, llamados peyorativamente por los historiadores ingleses, los piratas portugueses y españoles que hacían la competencia a sus paisanos, antes de ser estos nombrados almirantes de Su Graciosa Majestad. La organización de los Migueletes, impulsada por Felipe V, cubrió el vacío dejado por los Ballesteros del Centenar; es, por tanto, una creación esencialmente borbónica, aunque el nombre sea anterior, lo que explica el proteccionismo que tanto en Levante como en Cataluña tuvieron.

Su fuerza quedó fijada en un capitán, con seiscientas reales al mes; un teniente, con cuatrocientos; un subteniente, con trescientos; cuatro sargentos, a ciento ochenta reales cada uno; ocho cabos, a ciento cincuenta, y cincuenta y seis migueletes, a ciento veinte, haberes éstos similares a los del Ejército y demás fusileros y escopeteros de otras regiones. Para disciplina y armamento dependieron del capitán general, y fueron distribuidos en pequeños núcleos en aquellas localidades donde fue solicitado su establecimiento. Para ingresar en los Migueletes había que ser “hidalgo o labrador honrado y acomodado, y no haber ejercido oficio mecánico ni tener familia con tacha”. Los gastos de mantenimiento eran sufragados por la Diputación General, entidad que, a su vez, los obtenía mediante un impuesta especial a las localidades donde prestaban el servicio.

Una real orden de primero de marzo de 1774, durante el reinado de Carlos III, los reorganizó nuevamente, aumentando su plantilla a ochenta, y cambiando su denominación -al dotarlos de nuevo armamento- por la de Fusileros del Reino de Valencia. El 20 de septiembre de 1780, el conde de Saive, capitán general de la Región, les dotó de un reglamento, dividido en veinticuatro artículos, para su régimen interior y funciones, tales como persecución de malhechores y auxilio a la Justicia.

El vestuario, de marcada influencia regional, consistió en gambeto -capote o abrigo hasta media pierna- calzón azul, chupa encarnada, botines de correal o becerrillo, alpargatas atadas con cinta azul hasta media pierna, sombrero con escarda -escarapela-encarnada y sin galón, redecilla y pañuelo de seda negro por lo que respecta a cabos y fusileros. Los oficiales vistieron casaca y calzón azul, chupa y divisa encarnada con ojales de plata bordados a ambos lados y en el collarín cordoncillo también bordado, con dos ojales a cada lado y en la vuelta encarnada, portezuela azul con tres botones pequeños. El de los sargentos era de igual hechura y confección pero con adornos de algodón.

Los Fusileros del Reino de Valencia subsistieron hasta la creación de la Guardia Civil, sin haber sufrido alteraciones ni en su plantilla ni en su organización. Sus componentes habían de ser licenciados del Ejército con buena nota. Para el servicio peculiar dependían del jefe político y a pesar de llamarse fusileros, en su última época estuvieron armados de escopeta, dos pistolas, frasco de pólvora y canana con charpa.

La región valenciana tuvo, además, otros Cuerpos de efímera existencia, como fueron los Celadores de Castellón, fundado en 1834, para ser disuelto en el mismo año.

Aguado.