EL CUERPO DE CARABINEROSHaciendo un poco de historia sobre los impuestos arancelarios, ya los reyes de Castilla y León idearon y establecieron el pago de los derechos de puertos "secos y mojados". También por aquel tiempo, los árabes -bastante más avanzados- tenían reglamentado en Sevilla y demás partes de Andalucía el impuesto del "almojarifes", que fue mantenido y aceptado por el rey Fernando III el Santo después de conquistada la ciudad del Betis en el año 1248. Años después, su hijo el rey Sabio extendió por todos los dominios de Castilla sus "almojarifes", cuyas atribuciones reglamentó en el Código de las Siete Partidas.
En el reinado de Aragón se le concedía poca importancia a la cobranza de los aranceles en los siglos anteriores al reinado de los Reyes Católicos, los que muy acertadamente redactaron el documento conocido en la historia con el nombre de Acta de Navegación, con el cual consiguieron un aumento muy considerable en los ingresos para la buena administración de sus estados. El cobro de aranceles tomó con el tiempo un creciente interés, reflejado en los beneficios económicos experimentados por la Administración. Durante siglos se usó el sistema de arriendo de los impuestos de Aduanas, sistema muy censurable, pues los contratistas carecían por lo común de los conceptos éticos acordes con su misión, y estaban más atentos a los intereses propios, marginando los del bien de la nación. La ineficacia y corrupción del procedimiento obligaba a los gobiernos a tener que hacer use reiteradas veces de tropas del Ejército, unas veces para perseguir a los contrabandistas y defraudadores, y otras para vigilar a los que ejercían el disfrute de la contrata de determinada recaudación de impuestos arancelarios. Se comprende fácilmente que dada la extensión de nuestro inmenso imperio colonial las rentas aduaneras debieron ser muy considerables, y para conseguir el mayor beneficio de estos ingresos, la Hacienda estatal publicó su Ley de aranceles en el año 1733, reformándola en 1784, por la que se creaba, además de la Dirección de Rentas, la organización de los empleados suficientes para velar por el cumplimiento de las leyes fiscales. La nueva organización tampoco dio resultado, pues los funcionarios o, al menos, la inmensa mayoría estuvieron más pendientes de su riqueza personal, hasta el punto que la inmoralidad profesional tomó "carta de costumbrismo". Para poner el remedio se creó en el año 1799 el Resguardo General de Rentas, que a decir de algún cronista de la época, "en lugar de mejorar los ingresos, incrementó el contrabando". Fueron famosos y legendarios los años anteriores a la Guerra de la Independencia (1808-1814), periodos de apogeo de organizaciones de contrabandistas como los "Cerratos" (Zamora), "Chesos" y "Ansotanos" (Pirineo aragonés) o "Escopeteros" (Andalucía Baja), las que disponían de reservas económicas importantes para hacer frente a cualquier eventualidad que en tan lucrativo oficio pudiera sobrevenir, con inclusión de la más corriente: el soborno. El mal fue tan endémico que se apeló al Ejército, y creóse en 1820 el Resguardo militar, de escasa duración. Fue disuelto por presiones políticas, pues su existencia implicaba "una vigilancia molesta y arbitraria" en las atribuciones de los recaudadores. Para cubrir apariencias se mantuvieron destacamentos con tropas de Infantería y Caballería en zonas criticas o "calientes", pero del todo -por su escasez- ineficaces para solucionar un problema de tanta envergadura. El contrabando se ejerció, pues, de forma organizada y a gran escala, siendo -según opiniones muy autorizadas- la causa de no pocos males de gran influencia económica para la nación. Para poner un eficaz remedio, durante el reinado de Fernando VII, se pensó en la creación de un Cuerpo específico a nivel nacional, y así por Real decreto de 9 de marzo de 1829 fue fundado el Real Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, "para hacer la guerra el contrabando, para prevenir o atacarlo vigorosamente en sus puntos de generación, y perseguirlo en todas las direcciones hasta su exterminio". I. CREACIÓN DEL CUERPO DE CARABINEROS DE COSTAS Y FRONTERAS. EL MARISCAL RODIL. CARABINEROS DE LA REAL HACIENDA. CARABINEROS TORREROS.La organización del Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras y la coordinación de los medios empleados para velar por el Resguardo de Rentas arancelarias y persecución de los defraudadores se sujetaron a los principios ingeniosos de una bien meditada economía nacional. A pesar del considerable aumento de la fuerza distribuida por las costas y fronteras y el resultado de las regularidades debidas para la organización del denominado Resguardo de Caballería "ordinariamente mal montados y otras veces desmontados", según la relación de sus sueldos y la verdadera y principal penuria de esta organización, no podía compararse la graduación del incremento de los beneficios que debía procurar, con la eficacia de los servicios a prestar.
El artículo 2 ° del primer Reglamento del Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras exponía: "que para la seguridad y vigilancia, hacer la guerra al contrabando, prevenir sus invasiones y reprimir a los contrabandistas" y para afianzar con respetable fuerza el favor de la industria y comercio nacionales, la protección y fomento que procuran las leyes de aduanas, se organizará un Cuerpo militar con este especial Instituto, compuesto -artículo 3.°- por 12 Comandancias principales, en acuerdo con la división militar de las provincias fronterizas y marítimas, subdividiéndose en compañías, tenencias, subtenencias y brigadas con el número de tropas proporcionado a la extensión y condiciones peculiares de cada distrito. La primera distribución de fuerzas comprendía doce primeros comandantes, jefes de las comandancias principales. El total de hombres sería de diez mil, encuadrados en 38 compañías. El carabinero tendría que sufragarse su armamento, uniforme y equipo. Para la organización y puesta a punto del Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras se solicitó el concurso de un prestigioso general, don José Ramón Rodil, Mariscal de Campo, más tarde Capitán General con antigüedad de 9 de octubre de 1841. El Marqués de Rodil, oriundo de Santa María del Trobo (Asturias), se alistó el 15 de junio de 1808 en el Batallón de Cadetes literarios, incorporándose poco después a la vanguardia del Cuerpo de Ejército que mandaba el general Blake. Era, por tanto, uno de los muchos jóvenes que abrazaron la carrera de las armas a causa de la Guerra de la Independencia. Rodil estuvo presente en los ataques a Durango y en la batalla de Espinosa de los Monteros; se distinguió en la defensa del Puente de San Payo, donde fue rechazada varias veces la Caballería francesa. Durante la Guerra de la Independencia destacó por su arrojo y valentía en los ataques a Bornos y Estepona y también en la defensa de Tarifa. Actuó con preferencia en las provincias de Cádiz y Málaga. Concluida la Guerra de la Independencia y deseoso de mayores glorias, en febrero de 1816 embarca en Cádiz rumbo a Perú. Va encuadrado en el Regimiento Infante Don Carlos, expedicionario de Ultramar. Ya en tierra americana fundó el Batallón de Arequipa, unidad que pronto alcanzó fama. En 1820 lo encontramos, destacado por el Virrey, mediante solicitud del consulado de Lima, con la fuerza que considere necesaria para impedir "el escandaloso contrabando" que se realizaba impunemente desde la cala de Ancón hasta la del Asín. Digamos de paso que en el ejercicio de este contrabando, preferentemente de armas, tuvo mucho que ver y entender la Marina inglesa y las logias masónicas controladas por su influencia para provocar los movimientos insurreccionales en aquellos dominios españoles. En 1821 atraviesa los Andes guiando la retaguardia del Cuerpo de Ejército expedicionario. En 1823 repasa nuevamente la cordillera andina y ostenta el cargo de jefe interino de la Plana Mayor del Ejército expedicionario, simultaneado con el de Gobernador Militar y Político de Lima. Pero cuando Rodil alcanza verdadera fama es en el año 1824 después de destrozar varias facciones del enemigo, se adelanta con sus hombres para la protección de la plaza del Callao, auxiliándola cuando se pronunció por Fernando VII. En Lurín se reúne con una División y se dispone para apoderarse de las fortalezas. Una vez en su poder, se confiere a Rodil el mando superior y la responsabilidad política y militar de la bahía del Callao, anexo con el de la Comandancia General de Lima. Con sólo una compañía de Cazadores y un escuadrón atacó personalmente a la Ermita de la Legua, destruyendo una columna enemiga de quinientos jinetes. Concedida a Perú la independencia, todavía defendió Rodil la fortaleza del Callao por espacio de catorce meses, estando falto de hombres y vivieres. Aislado de todo y de todos, logró que el resto de las tropas embarcase para España con todos los honores en 23 de enero de 1826. En el mes de agosto llegaban a La Coruña. Por su heroico comportamiento le fueron otorgadas varias e importantes condecoraciones. A su regreso a la Península desempeñó destinos de gran relieve. Fue tres veces Ministro de la Guerra, Comandante general del Cuerpo de Alabarderos y Capitán general de Valencia, Extremadura, Aragón y Castilla la Nueva. También fue jefe del Gobierno por breve espacio de tiempo. En el campo político, Rodil fue esparterista, diputado por los liberales (progresistas), perteneció al grupo de generales llamado "los ayacuchos", adictos a Espartero, a quien tuvieron por jefe nato. A pesar de las serias oposiciones con que tropezó para fundar el Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, por estar todavía establecido el Resguardo Civil, dependiente de la Dirección General de Rentas que, ocasionaba, como es de prever, cuestiones de competencia, el nuevo Cuerpo se creó bajo la dependencia y amparo del Ministerio de la Guerra, siendo de su competencia todo lo concerniente al servicio específico, haberes, gratificaciones, fuero militar, retiros y recompensas. Muy pronto se notaron los resultados. Así, recordaremos en 1830 un importante servicio en Torre del Mar (Málaga), donde el teniente Rodríguez, con un sargento y cuatro carabineros, presento batalla a unos sesenta contrabandistas que con el fin de proteger sus alijos se hallaban emboscados. El teniente Rodríguez logró poner en fuga a la mayoría de los matuteros; pero rehechos de la sorpresa, volvieron poco después a hacer frente a la patrulla de Carabineros, aunque tuvieron que dar por perdidas doscientas setenta cargas de tabaco y otras tantas caballerías. Los choques entre contrabandistas y carabineros tuvieron en aquella época características a veces de verdaderas acciones de guerra, sobre todo en la zona del Campo de Gibraltar y otros puntos de Andalucía. Así, en 1832, en Nerja, fue muerto un carabinero, y el teniente González, jefe de la patrulla, resultó herido, cuando intentaron oponerse a una partida de contrabandistas, que para proteger el alijo hicieron varios disparos desde sus barcos con dos cañones. Destaca también entre los servicios de aquel tiempo la acción de Torremolinos, en la que el teniente de Carabineros Francisco Serrano Domínguez -más tarde Duque de la Torre-, por una aprehensión efectuada en Torrox, fue recompensado con la Cruz de San Fernando de primera clase. Al iniciarse la Primera Guerra Carlista (1833-1840), concluida a medias con el Abrazo de Vergara, la casi totalidad del recién creado Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras fue empleado en aquellas campañas, formando columnas y batallones, con sus mandos propios. Prestaron servicios en primera línea en Cataluña y Vascongadas, lo que obligó a los capitanes generales de los distritos a organizar Compañías Francas en las provincias de su mando, estando mandadas por oficiales y clases licenciados del Ejército, con lo que las unidades encargadas de perseguir el fraude perdieron prácticamente su empaque y fuero militar.
Causas múltiples, intrigas políticas, situación del país, inmoralidades de los funcionarios de la Hacienda y defectuosa recluta dada a una Institución militar que exigía desde el principio un personal con ciertas condiciones especiales, hicieron que las vacantes producidas fuesen cubiertas a la buena de Dios. Los mandos recibían, como reconocimiento de fórmula, el nombre de sus empleos, pero carecían de tales derechos como militares, puesto que habían perdido el carácter de tales al sufrir el Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras una transformación, pasando a denominarse Carabineros de la Real Hacienda, que aunque tenían la misma organización que sus antecesores dependían en todo y para todo de la Dirección General de Rentas Estancadas. Puede que este cambio de la concepción inicial lo originase de un lado el empleo por el Estado de las unidades en la guerra civil entablada, la ausencia de mandos que, deseosos de gloria y ascensos, marcharon a combatir al carlismo, principal problema por que atravesaba el trono de Isabel II. Pero la resolución buscada, como medida transitoria, careció de acierto. Los resultados fueron que cualquier autoridad administrativa por modesta que fuese tenía atribuciones para tomar sus providencias contra los Carabineros de la Real Hacienda. La mayoría de los oficiales y jefes pidieron inmediatamente su reintegro en el Ejército -caso del futuro general Serrano-, continuando tan sólo aquellos de escaso ánimo y apocado espíritu. Prácticamente, puede aseverarse que el Real Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras que creara Rodil en 1829, desapareció en 1833, al sustituirle el de Carabineros de la Real Hacienda, organismo totalmente de patente civil. La situación, por entero incomprensible, a causa de la impunidad gozada por alcaldes, jefes políticos y recaudadores, colocó a jefes, oficiales, clases y carabineros en postura verdaderamente censurable. En cuanto se efectuaba una aprehensión, los pueblos se amotinaban, porque no era extraño que en el valor de aquellas mercancías había implícitamente intereses creados de funcionarios y autoridades, dándose casos como el acaecido al entonces coronel Prim que, enviado como representante del Poder central, con plenos poderes, a Estepona (Málaga) -aunque no pertenecía al Cuerpo de Carabineros de la Real Hacienda-, tuvo que escapar "a una de caballo para Madrid", luego de intentar la detención de varios contrabandistas. La dependencia en que los componentes del Cuerpo de Carabineras de la Real Hacienda habían sido colocados con respecto a los funcionarios civiles hacía que mientras los individuos de las brigadas y destacamentos de los pueblos debían dedicarse a su específico cometido, eran con insistencia ocupados por cualquier funcionario de Hacienda, por modesto que éste fuese, para sus servicios particulares, tales como "llevar pliegos, cobrar contribuciones o hacer recados". Lo que es de alabar es que a pesar de tal estado de abandono en que los Carabineros de la Real Hacienda fueron colocados, se hiciesen todavía servicios destacados, como el realizado por el teniente coronel Martín Puigdulles, que en 1835, auxiliado por unos cuantos carabineros, llevó a cabo una importante aprehensión de tabaco, interviniendo medio centenar de Caballerías cargadas. O el más famoso de que tenemos noticia, conocido como "la acción de la Carrasquilla" (agosto de 1837), en las playas de Almería. Al saberlo el jefe de aquella Comandancia solicitó ayuda del Ejército y la Milicia Nacional, pues unos ¡ochocientos contrabandistas! se disponían a alijar un importante cargamento. El encuentro de unos y otros tuvo características de verdadera batalla; los contrabandistas disponían de cuatro cañones, con los que "bombardearon previamente" la zona de desembarco. En 1840 fue necesario aumentar el contingente hasta 11.500 hombres, creyendo erróneamente que el número supliría las muchas deficiencias ya patentes. Los nuevos ingresos se hicieron bajo los mismos auspicios hasta entonces en uso, medida, insistimos, que no solucionó el importante problema de la persecución del contrabando. Los aspirantes eran ingresados nada más que lo solicitasen, sin tener en cuenta para nada sus antecedentes ni si eran o no analfabetos. En 1842, siendo Rodil Presidente del Consejo de Ministros, ordenó la organización del Cuerpo de Carabineros del Reino, para sustituir al de Carabineros de la Real Hacienda, totalmente inoperante y desacreditado. La misión fue encomendada al Inspector General de Resguardos, Mariscal de Campo don José Martín Iriarte, afecto políticamente al bando esparterista, al igual que Rodil. Iriarte presentó un proyecto que, en honor a la verdad, fue calcado del primitivo, o sea del puesto en marcha por Rodil en 1829. Se dio principio a una verdadera "depuración" del personal disponible. Se realizó una prolija selección en aptos para reemplazo, aptos para destinos y cesantes. La mayoría de los componentes del Cuerpo de Carabineros de la Real Hacienda fueron licenciados. El nuevo Cuerpo, es decir, el de Carabineros del Reino, tuvo un despliegue inicial de trece Comandancias: Barcelona, Zaragoza, Vizcaya, Asturias, La Coruña, Badajoz, Sevilla, Cádiz, Málaga, Valencia y Madrid; con dos independientes: Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife, con 26 jefes, 367 oficiales y 8.555 individuos de Infantería y Caballería. Sin embargo, a pesar de los buenos deseos del Marqués de Rodil y del Inspector General Martín Iriarte, el nuevo Cuerpo de Carabineros del Reino siguió con los mismos defectos de naturaleza interna; es decir, la total dependencia de éstos a los funcionarios de Hacienda que, ante la dificultad de marcar la competencia de unos y otros, las reclamaciones y quejas ante las autoridades superiores entre Jefes de Carabineros a Intendentes de Hacienda, por la intromisión en asuntos ajenos al servicio que se cometían de una y otra parte, se hicieron incontables. Citaremos -sin ánimo ni intencionalidad- un caso famoso en su tiempo. El Intendente de Hacienda de la provincia de Santander dio una orden a los jefes y oficiales de Carabineros de aquella Comandancia, prohibiendo que acompañasen al Comandante General de la provincia -según dicha autoridad tenía ordenado- para cumplimentar al obispo de la Diócesis, a cuyo acto habían sido convocados todos los jefes y oficiales de la guarnición. Tuvo que tomar cartas en el asunto el Poder central, sin que el incidente quedase desde luego perfectamente aclarado para casos sucesivos, en cuanto a quien debían obedecer los mandos de Carabineros, si a la autoridad militar de la Plaza o Región o al Intendente de Hacienda.
La inestabilidad de los gobiernos, la ideología política de la mayoría de los mandos (bando liberal) y causas como, la qua acabamos de referir acaecida en Santander, fueron motivos fundados para la difusión de un ambiente de discordia, qua culminó precisamente al iniciarse la Década Moderada (1844-1854) con la sublevación del coronel de Carabineros Pantaleón Bonet, jefe de la 12.ª Comandancia (Valencia), quien se apoderó de Alicante y se hizo fuerte en dicha plaza. Lo curioso es que Bonet fue en otro tiempo carlista entusiasta, pues durante la primera Guerra Civil (1833-1840) había sido ayudante del general Cabrera. Para sofocar la sublevación acudieron en socorro de la plaza alicantina los generales Roncalí, La Rocha y Pardo. Tras un mes de asedio, Bonet se rindió. Hubo otros intentos de sublevación en Zaragoza y Barcelona. Se pensó, pues, en la desaparición del Cuerpo de Carabineros del Reino y su sustitución por Resguardo de funcionarios civiles con dependencia absoluta de intendentes y recaudadores. Pensamiento qua no se llevó a efecto, gracias al buen criterio, del general Narváez. En aquel tiempo el servicio fiscal se realizaba en una sola línea qua nunca podía cubrirse en su totalidad, ni siquiera parcialmente. Su característica más acusada fue la falta de personal y el empleo de éste en la represión de motines, algaradas, luchas intestinas y acciones de guerra. Para eliminar estas deficiencias fue organizado el Cuerpo de Celadores de Hacienda Pública, con carácter completamente civil, pero qua dio colocación a no pocos jefes y oficiales "excedentes del Ejército", con motivo de la reducción de plantillas decretada por el general Narváez. Los celadores, aunque habían perdido por entero su rango militar, como encargados de la vigilancia de una segunda línea y en el interior del país, "siempre a retaguardia de Carabineros", pretendían en ocasiones justificar algún desacierto en el servicio, evocando categorías pretéritas. Nada es de extrañar que a pesar de los muchos deseos de los mandos y de los directores generales para conseguir una autoridad qua los gobiernos no supieron darles, como el de combatir la enorme "vía de agua" del reglamento del Cuerpo, al conceder en sus artículos atribuciones omnímodas a los intendentes de Hacienda para nombrar los servicios, se diesen casos de abultada rapacidad, como el acaecido en Navarra, considerado como de "muy aventajado"; pues hacía propagar noticias de grandes operaciones contrabandistas para efectuar alijos por ciertos pasos, ordenando "cándidamente" masivas concentraciones de carabineros en dichas zonas y dejando al descubierto las demás, por donde efectivamente se realizaban los alijos. La admisión de paisanos poco habituados a la ingrata vida del carabinero, dado lo penoso de su servicio, "el estar mal pagados y peor acuartelados" y el estar también sujetos a leyes y sanciones civiles, los convertía en unos funcionarios siempre a merced de intereses, maniobras sucias y rapacerías. Por otra parte, los gobiernos, más ocupados en revoluciones románticas que en mejoras administrativas, tenían marginados los problemas internos del recién creado Cuerpo y se desentendían, dejando plena libertad y atribuciones a los funcionarios de la Hacienda. Siendo Director General el general don Luis Armero, mejoró algo la recluta del Cuerpo. Se comprobó escrupulosamente la moralidad de los aspirantes, aunque es fácil comprender el escaso campo existente para la elección, pues el número de solicitantes no bastaba en absoluto para cubrir las bajas. En honor a la verdad, y en sentido puramente objetivo, los intendentes de Hacienda tuvieron por costumbre abusar de los mandos de Carabineros hasta en los detalles más insignificantes y ajenos -desde luego- al servicio específico de la Institución, pero que tenía implícito hacer valer su autoridad. Así ocurrió con el comandante don Francisco Cadaval, Jefe de la Comandancia de Baleares, que habiendo recibido una orden del Intendente de Hacienda, citándolo en su casa para marchar en unión de los demás jefes administrativos a cumplimentar al Capitán General con motivo del santo de la Reina y dándose el caso de que dicho jefe había recibido por conducto militar otra con el mismo contenido, deseoso -a pesar de todo- de no suscitar polémicas, se presentó en casa del Intendente exponiéndole sus razones de considerar preferente la orden de la Autoridad militar, hecho que calificó el jefe de Hacienda de "escandalosa insubordinación", procesando al comandante. Aunque el incidente se resolvió favorablemente para el jefe militar, pues fue defendido por el Capitán General, no se tomó, en cambio, ninguna determinación contra el intendente de Hacienda. Casos como el reseñado fueron frecuentes. Las razones, a nuestro entender, no eran otras que las del ejercicio de maniobras solapadas, para que las fuerzas encargadas de la represión del contrabando tomasen definitivamente un carácter completamente civil, pretensión que ya venía de antiguo. Sin embargo, a finales de 1849, siendo Jefe del Gobierno el general Narváez, el Cuerpo de Intendentes de Hacienda fue disuelto, creando para sustituirle el de Visitadores, compuesto por cuatro "Visitadores Generales" y veinte Inspectores de Aduanas, con atribuciones similares, pero debido al mucho gasto del nuevo organismo y al nulo rendimiento fueron suprimidos al año de haberse establecido. Fue organizado el servicio en una estrecha zona periférica y en una sola línea a todo lo largo de las costas y fronteras; en el interior fueron establecidos una serie de puestos denominados de retaguardia y contrarregistro, con la misión de romper los precintos de las Aduanas, recoger las guías y efectuar una segunda fiscalización sobre el peso y características de las mercancías. La escasez de fuerza vino a incrementar, al hacerse el Cuerpo de Carabineros del Reino cargo del servicio de las Torres Vigías por extinción del Cuerpo de Torreros de Costas, nuevo cometido dado a Carabineros, y que si implicaba la satisfacción de un éxito moral, en verdad fue perjudicial para el servicio, ya que no hubo aumento de plantilla. Para contribuir a su remedio, por Real Orden de 4 de octubre de 1850 fue creado el Cuerpo de Carabineros Torreros, dependiente de la Inspección General de Carabineros del Reino, con un contingente de 350 individuos. Las plazas fueron cubiertas con carabineros retirados o licenciados a petición propia que no tuvieran notas desfavorables. Se les asignó el haber diario de una peseta y "el aprovechamiento de las tierras anejas a las torres". En 1851 fueron suprimidos los Visitadores generales y los Inspectores de Aduanas, ya que tampoco dieron el resultado que se esperaba. En sustitución fueron establecidos cuatro Visitadores Generales de Hacienda de primera ciase para Barcelona, Sevilla, Madrid y Granada; cuatro de segunda para La Coruña, Valencia, Vizcaya y Zaragoza y cinco de tercera para Salamanca, Gerona, Oviedo, Badajoz y Burgos. Medida que tampoco solucionó el problema de las recaudaciones arancelarias, pues en verdad sólo se hizo cambiar de nombre, prevaleciendo los mismos principios y normas. II. EL CUERPO DE ADUANEROS. EL COMBATE DE MALPASO. EL RESGUARDO DE SALES. REFORMAS ORGÁNICAS. SERVICIOS DE CAMPAÑA Y PECULIARES.En 1852 se creó el Cuerpo civil de Aduaneros, librándose de esta forma los carabineros de una misión tan poco militar como el reconocimiento de equipajes. Sin embargo, el tiempo ha demostrado lo contrario, pues este Cuerpo auxiliar, cuya organización se ordenó hace 121 años, aun está por crearse y va siendo hora de perder la esperanza. El Cuerpo de Aduaneros debía formarse con un contingente de 2.000 hombres, deduciéndose del de Carabineros del Reino a integrándose con los individuos de dicho Cuerpo qua quisieran pasarse al nuevo servicio. Con la nueva disposición quedaron sin efecto las disposiciones que autorizaban a los inspectores y administradores de aduanas a disponer de la fuerza de Carabineros, pasando éstos a depender de los gobernadores civiles en todo lo que se refiere a su especial cometido como tal institución armada de orden público. Se aumentó un distrito, pasando al número de seis en los qua estaban agrupadas las comandancias, destinando al frente de cada uno de ellos a un brigadier o a un coronel. Para dar idea exacta de lo que entrañaba en aquellos tiempos el servicio de Carabineros, narraremos escuetamente la acción de Malpaso, acaecida entre la fuerza de la Comandancia de Huesca y una partida de ansotanos armados, contrabandistas belicosos que introdujeron un importante convoy por la frontera del Pirineo central, en el paraje conocido por "El Banderín". Apercibidos el cabo y los carabineros qua vigilaban aquel distrito, se dispusieron a la persecución de los contrabandistas, llamando a sus compañeros mediante algunos disparos al aire. El jefe de la compañía -teniente González- reunió a sus hombres, en total unos quince, y marchó en persecución del convoy. Al llegar al destacamento treparon la áspera sierra de Santo Domingo, avistando a los contrabandistas y comenzando un nutrido tiroteo. Entretanto, el jefe de la Comandancia, al recibir el parte de lo que ocurría, se puso en marcha con otro núcleo de carabineros, siguiendo el camino llamado de Campo Grande. Al llegar el teniente González al Malpaso de Luesia, se encontró con que los ansotanos estaban perfectamente formados en tres líneas, sumando un total de setenta hombres, en posición dominante y dispuestos a presentar batalla; siendo por parte de los carabineros materialmente imposible coparlos y menos apresarlos. El brigadier del Distrito acudió para tomar la dirección del servicio, encontrándose con el teniente coronel Nogueras, jefe de la Comandancia, y, reunida toda la fuerza, emprendieron el camino de Longas, distribuyéndose a cada carabinero un trozo de pan y un vaso de vino, únicas subsistencias con qua podían contar por el momento. Continuada la progresión, se presentó el brigadier del Distrito en Sos del Rey Católico, mientras que el teniente coronel seguía por la Sierra de Santo Domingo hasta disponerse a la ascensión del paraje de Cabeza Mayor, donde tras observar las zonas visibles le informaron que los contrabandistas marchaban en dirección a la Rivera. Localizada la pista, fue seguida por un teniente al mando de un destacamento en dirección a Luesia. Oídos algunos disparos, presentose el teniente González, ordenando el jefe de la Comandancia se destacase con un grupo de Caballería para descubrir a los contrabandistas, y una vez fijados, se ocultase hasta la llegada de los carabineros de Infantería, al mismo tiempo que otro grupo de Caballería llegaba a Sirca, y cuando ya empezaban a bajar los mulos, retrocedieron por el norte de la sierra, pero al tropezarse la partida con el teniente González, produjose un gran desconcierto, momento hábilmente aprovechado por el jefe de la Comandancia para acosarlos, haciéndoles tres muertos y once heridos. Reunida la fuerza, se bajó a Luesia, tomando el camino de Castejón hacia el Ebro, único que pudieron seguir las demás cargas con el contrabando. Nombrado Director General don Anselmo Blaser, se concedió el aumento a siete Distritos, de los que entonces comprendían el contingente de Carabineros. Formaronse de la manera siguiente: 1.° Cataluña; 2.° Vascongadas con Huesca y Navarra; 3.° Asturias con Santander, Burgos y Logroño; 4.° Galicia; 5.° Zamora, Salamanca, Cáceres y Badajoz; 6.° Cádiz, Sevilla, Huelva, Málaga y Granada: 7.° Almería, Murcia, reino de Valencia a islas Baleares. En 1854 se conseguía qua el armamento fuese suministrado por el Estado, así como los caballos, que hasta entonces eran propiedad particular de los carabineros. Al ser nombrado Director General don Mariano Belestá, se volvió a reunir el Cuerpo de Aduaneros con el Resguardo Especial de Sales y las Rondas Volantes de Cataluña, formándose una sola compañía con el nombre genérico de Carabineros, dedicándola al servicio especial en las salidas de Madrid, Guadalajara, Albacete y Cuenca, estando las demás confiadas a las Comandancias respectivas. La fusión de ambos Cuerpos trajo consigo el aumento de unos 3.500 hombres, suficientes para atender a todos los servicios y cubrir además las plazas de torreros especificando la dependencia, obligaciones, etc., con respecto a las aduanas marítimas y terrestres. Bajo el mando del teniente general Messina, dispuso el Ministro de la Guerra que los capitanes generales de las regiones podían ordenar a las fuerzas de Carabineros que con motivo de las alteraciones políticas si se hallaban ausentes de sus puestos se dedicasen exclusivamente al servicio peculiar, por no ser conveniente distraer las fuerzas de la Institución a otros cometidos ocasionadores de un grave perjuicio para la nación. Se destinaron unos 1.500 reclutas de Infantería (Ejército) para cubrir las vacantes, pero esta medida, de todo punto descabellada, quedó sin efecto. El abandono en que con respecto al régimen interior y otros auxilios padecía el Cuerpo, vino a agravarse con la epidemia de cólera (1854), teniendo el general Messina que dictar una circular, en la que se recomendaba que a los carabineros atacados de epidemia se les asistiese con el mayor esmero y "por ningún estilo careciesen de medicamento alguno que pudiera proporcionarles el consiguiente alivio, y menos la asistencia de facultativo bien opinado, cuyos honorarios, así como los demás gastos que ocasione su curación, deben ser del fondo de entretenimiento, acompañándose cuenta justificada para mi aprobación, por no ser justo que pese sobre el reducido haber de los que tengan la desgracia de sufrir tan terrible azote". Algún tiempo después hubo una redacción de plantilla en la cuantía de 1.140 hombres. Se dictaron severísimas disposiciones para moralizar la Institución, advirtiendo encarecidamente que al oficial que se le vulnerase la línea de servicio, "aunque justificase su celo y vigilancia", si no lograba aprehender la mercancía quedaba automáticamente en situación de reemplazo. En cuanto a los individuos, serían expulsados sin opción a nuevo ingreso. Medidas tan severas fueron para hacer frente al intensivo ejercicio del contrabando que se venía acusando. Por otra parte, hay repetida constancia de que por el Ministerio de Hacienda fueron sancionados muchos de sus funcionarios, como el conocido caso del Administrador Principal de Rentas de Mallorca, el cual, excediéndose en sus atribuciones para recaudar impuestos, ordenaba a los carabineros que llevasen a cabo requisas arbitrarias que, la mayor parte de las veces -debido al escaso nivel profesional-, llevados de buena fe, ignoraban en absoluto si eran o no reglamentarias o legales. Si a esto agregamos, dice un cronista, "las introducciones caprichosas de personal tanto subalterno como superior, el espectáculo de los carabineros, convertidos en fieles de puertas, empleo honroso sin duda alguna, pero a todas luces impropio de quien viste unciforme militar, si nos figuramos a ellos y sus familias viviendo en chozas en muchos sitios y arrastrando una vida miserable, convendremos de que en estas condiciones ni se podía respetar el Resguardo, ni éste podía responder de su cometido como se esperaba". Durante el mando del teniente general La Rocha se llevaron a cabo algunas modificaciones de tipo orgánico, siendo una de las más importantes la creación de las escuelas de instrucción primaria en las cabeceras de Comandancia, para enseñar a leer y escribir a los carabineros analfabetos (1856). También se consiguió por este Director General que los equipos de Caballería fuesen costeados por el Estado y el aumento en los sueldos de jefes, oficiales, clases y tropa en la cuantía suficiente hasta equipararlos a los similares de la Guardia Civil, hasta entonces bastante más superiores. Para aminorar el excesivo número de vacantes en la oficialidad se autorizó por Real Decreto en 1858 que los cadetes de Cuerpo, de Infantería del Ejército, pasasen a Carabineros, siempre que lo solicitasen, con el empleo de subteniente; se experimentó por algunos años una mejora en los servicios, aumentó el rendimiento de la fuerza, destacando el año 1858, en que se efectuaron tres mil aprehensiones con unos dos mil reos y setenta y cinco embarcaciones. Murieron en el cumplimiento de su deber siete carabineros. En 1859 se efectuaron 3.200 aprehensiones, ascendiendo el valor de lo intervenido a tres millones de reales vellón. Aprovechando una época propicia, fueron aumentados los Distritos al número de once, siendo ocho de categoría de coronel y tres de brigadier; prohibiéndose por Real Orden de 10 de noviembre (1859) las permutas entre jefes y oficiales; costumbre antigua y de escasa eficacia para un mejor servicio. Durante la guerra de África (1859-1860), el Cuerpo de Carabineros tomó parte en aquellas campañas, enviando una compañía de ciento veinte plazas y una sección de Caballería con veintiséis caballos. Fue su capitán José Sánchez Suárez, presente en la batalla del Serrallo a las órdenes del general Gasset, más tarde Director General de Carabineros. En 1 de enero de 1860 actuaron los carabineros en la famosa batalla de los Castillejos; pero donde más se hizo notar su presencia fue en las acciones de Cabo Negro. Del espíritu de aquella compañía nos habla con su amena prosa Pedro Antonio de Alarcón en su libro "Diario de un testigo de la guerra de África", donde en breves líneas nos da exacta semblanza. "Son -nos dice- estos carabineros una bizarra y cordialísima gente, acostumbrada a llevar en tiempo de paz una existencia no menos ruda qua la que soportamos todos ahora; los servicios qua prestan, en despoblado siempre persiguiendo contrabandistas o ladrones, los han hecho naturalizarse con la soledad, con la intemperie, con la hoguera del pastor, con la desmantelada venta, con el mísero cortijo..." "Yo no olvidaré nunca el efecto qua me producían aquellos hombres curtidos por toda una vida de áspero trabajo, y que acababan de cargar tan valerosamente entre nuestra Caballería.” Más adelante expone: "... llamó, sobre todo, mi atención un oficial de bastante edad, fuerte como una encina centenaria qua bebía en silencio, echado boca abajo sobre un cajón que había tenido municiones, cuando se entonó el coro en qua vinieron a parar las libaciones, todo el mundo cantaba una estrofa cuyo principio era: “¡A beber, a beber!" El viejo carabinero en vez de repetir lo mismo que los demás, decía con una voz desapacible y ronca: "¡A vivir, a vivir!"." En noviembre de 1860 se crean nueve plazas de matronas, titulándose de 1.ª clase las cinco más antiguas de un total de treinta, organizadas en plan de prueba unos años antes. En el año qua referimos (1860) se hicieron 2.600 aprehensiones con 777 caballearías, 33 carruajes y 38 embarcaciones intervenidas, además de la destrucción de varias fábricas clandestinas de pólvora y tabaco. Actuaron también los carabineros en la extinción de 87 incendios y 48 naufragios, salvando la vida a 61 personas. Verdadero forjador del Cuerpo de Carabineros del Reino fue el general Iriarte, qua desempeñó el cargo en tres ocasiones: en 1842 cuando se le dio su definitiva organización militar; de 1854 a 1856, y de 1858 a 1863. Su gran interés por todas las cuestiones qua afectaban al Cuerpo y del destacado comportamiento de la compañía expedicionaria en la guerra de África, hizo patente, así como las muchas mejoras introducidas en el penoso servicio, la formación en el país de una corriente de aprecio hacia la sufrida Institución, qua hasta entonces no se había hecho notar, a pesar de la importancia de sus delicadas misiones. De esta forma, y como testimonio de reconocimiento, la prensa de la época dedicó numerosos artículos elogiosos tanto al Cuerpo de Carabineros del Reino y, muy especialmente, a su Director General, don Martín José de Iriarte, verdadero creador y fundador, pues aunque se consideró siempre como tal al Marqués de Rodil, el Instituto por él creado había desaparecido, Según hemos reseñado, en 1834. III. EL COLEGIO DE JÓVENES EDUCANDOS. DECADENCIA DEL CUERPO DE CARABINEROS. LOS CARABINEROS VETERANOS. LA BATALLA DE ALCOLEA. LA REVOLUCIÓN DE 1868. EL COLEGIO DE EL ESCORIAL.Aunque la idea de fundar un Colegio de huérfanos fuese del teniente general Iriarte, correspondió su realización al general Barrenechea, que relevó en la Dirección General al anterior en 1863. Se creó el Colegio de Carabineros Jóvenes con el doble objeto de amparar a los huérfanos del Cuerpo, para darles una modesta y completa educación y así, en un futuro próximo, la mayoría de ellos pudiese formar en sus filas. Gracias a la labor del Colegio y al gran número de huérfanos que en el mismo se formaron, el nivel cultural del carabinero se elevó considerablemente. El Colegio quedó establecido en el pueblo de Getafe, con autorización en un principio para dar cabida a treinta educandos. Para no gravar el presupuesto, se ideó que cada huérfano cubriese una plaza de carabinero, que nominalmente pertenecía a una compañía distinta. El 22 de octubre del año que reseñamos quedó fundada la sección del Colegio de Carabineros Jóvenes. Posteriormente, siendo Inspector General del Cuerpo el general Zapatero, se aumentó el número de plazas (año 1867) a la totalidad de uno por cada una de las compañías que entonces tenía la Institución. El Colegio se trasladó a San Lorenzo de El Escorial, donde fue cedida por el Estado, sin título de propiedad y sólo para el establecimiento benéfico, una casona en otro tiempo propiedad de don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. Años después, al concluirse la Tercera Guerra Carlista, a causa del gran número de carabineros muertos en campaña, las solicitudes de ingreso aumentaron, y el general Gaminde, a la sazón Inspector General, solicitó el aumento correspondiente de plazas, siéndole concedido. A finales de siglo el número de plazas fue de ciento setenta y cinco colegiales. En el año 1886, el Colegio de Educandos se trasladó al pueblo de Villaviciosa, donde permanece hasta 1894, en cuyo año y con motivo de haberse ordenado el establecimiento de una Escuela de oficiales, se instala nuevamente en San Lorenzo de El Escorial, quedando, desde luego, libre el palacio de don Manuel Godoy. En 1864. se experimenta una reducción de plantilla, consistente en doce secciones de Caballería, correspondiendo tres a la Comandancia de Cádiz; dos a las de Sevilla y Granada, y una a las de Almería, Málaga, Gerona, Alicante y Huelva. Durante el mando del general Barrenechea, hombre inflexible y rigorista, se acusa una decadencia bastante notable en los servicios. Por otra parte, las plazas del Norte de África eran verdaderas madrigueras de depósitos clandestinos de tabaco, con inclusión de Gibraltar, que gozaba de una organización consolidada y económicamente poderosa. Disponían de medios lujosos para la introducción fraudulenta de los géneros estancados ante la pasividad que de una manera palpable ostentaban los buques guardacostas pertenecientes a la Marina. El Estado viose obligado a dictar una Real Orden con fecha 5 de julio pidiendo auxilio a todas las autoridades a Instituciones armadas: Dirección General de la Guardia Civil, Gobernadores y Administradores de Hacienda, para poner fin al apogeo que estaba tomando el contrabando de tabaco procedente de Tánger, Orán, Ceuta, Melilla, Gibraltar y Argel. Se prohibió también por esta época el pase de los cadetes al Cuerpo de Carabineros con el empleo superior de oficiales, medida necesaria, pues aunque les impulsara el espíritu a realizar su servicio con actividad, les faltaba madurez y competencia. En 21 de octubre de 1865 se divide el Cuerpo en dos Secciones. La primera toma la denominación de Carabineros del Reino (propiamente dicha) y la segunda la de Carabineros Veteranos. A la primera se le encomendó la vigilancia de costas y fronteras, y a la segunda, los servicios en aduanas, puestos, bahías y muelles. Se modificó el Reglamento para cubrir el número de plazas que de una a otra Sección eran necesarias, pasando una parte de los Veteranos a ejercer el servicio de consumos, disposición que irrogó al Cuerpo un nuevo sufrimiento muy desfavorable para su prestigio. La nueva modalidad de "carabineros consumeros" se puso en vigor sólo en las Comandancias de Alicante, Tarragona, La Coruña, Barcelona, Madrid, Málaga y Cádiz, con un contingente aproximado de 500 hombres. En febrero de 1866 hay algunas reorganizaciones de menor cuantía, como la supresión de cuatro secciones en la Comandancia de Badajoz y una en las de Zamora y Salamanca, creándose a cambio tres secciones nuevamente en Badajoz y una en Gerona. Por motivos que no vienen al caso, el general Barrenechea presentó la dimisión, quedando como Inspector General interino el brigadier Acevedo, que mejoró gratamente la situación del Cuerpo en el corto espacio de dos meses de su mando accidental. Durante el mando del general Zapatero fueron suprimidos cuatro Distritos, con inclusión de sus correspondientes coroneles y planas mayores. Zapatero, hombre muy ordenancista, consiguió del Ministerio de la Guerra la facultad de enviar al "fijo de Ceuta" a aquellos individuos y clases de dudosa conducta o de entendimiento con los contrabandistas. Preocupación constante, por otro lado, del general Zapatero fue la eliminación del personal considerado pernicioso, consiguiendo en gran parte sanear el contingente que por complejas circunstancias no gozaba en verdad de una opinión elevada. La copia literal del documento que transcribimos a continuación nos lo asevera. "Excmo. Señor: El Sr. Ministro de la Guerra (q.D.g.), de las dos comunicaciones dirigidas a V.E. por el Inspector General de Carabineros con fecha 17 del mes actual y transcrita a este Ministerio en la propia fecha, haciendo presente en una el lamentable estado en que por falta de recursos se encuentra la fuerza del Instituto en las provincias de Málaga y Cádiz, atendidos el retraso con que los individuos de ella perciben sus haberes y participando en la otra haber sido satisfecha la primera en dichas Comandancias con las cantidades devengadas en los meses de junio y julio últimos, y socorrida la segunda con 4.000 escudos por cuenta del de junio; ha tenido a bien resolver S.M., en vista de las razones expuestas por dicha Autoridad, signifique a V.E., como de su R.O. lo verificó, la necesidad de que por el Ministerio de su digno cargo se disponga lo conveniente para que se atienda con más regularidad el pago de los haberes del Cuerpo de Carabineros, sin cuyas circunstancias no es posible esperar que sus individuos no caigan en faltas de infidencias, con el fin de que todo castigo que se imponga por delitos que cometan puedan llevar el sello de la estricta justicia.” En la revolución de 1868, que trajo consigo el destronamiento de Isabel II, el principal caudillo de la misma, general Serrano, Duque de la Torre, antiguo teniente de Carabineros, supo sacar un partido considerable a la fuerza del Cuerpo, a consecuencia de la cierta admiración que hacia él sentían sus componentes. Entre las tropas que formó Serrano para la batalla de Alcolea (Córdoba) habla casi un millar de carabineros, pertenecientes a [as Comandancias de Málaga y Cádiz, bajo el mando directo del general Izquierdo, jefe de su Estado Mayor. Por otra parte, al mando del general Gurrea estuvo presente la totalidad de la Caballería de las Comandancias de Cádiz y Sevilla. Mandaba la vanguardia de los sublevados en el Puente de Alcolea el general Caballero de Rodas, quien dispuso un ataque por ambos flancos con tropas de Infantería, contra las tropas que mandaba Echevarría, mientras que su escolta personal, compuesta por un escuadrón de Carabineros al mando del capitán Lucas Hernández, daba una rápida y violenta carga en el puentecillo de Buenagua, produciéndose la desbandada en las vanguardias isabelinas. La brillante carga de los carabineros impidió qua el general Pavia pasase el río como eran sus pretensiones. El objetivo principal de la batalla, como es sabido, fue la posesión del puente, llevando gran parte del peso de la acción los carabineros que mandaba el comandante Burillo, quien al preguntarle los comisionados de la Junta de Córdoba si podía defenderse en el puente con los efectivos qua tenía, según orden del general Serrano, contestó al emisario: "Dígale usted a nuestro valeroso general y a la Junta de Córdoba, que los carabineros de Cádiz no necesitan mis parapeto qua sus pechos, y que a pesar de las escasas fuerzas de que dispongo, los enemigos no han de pasar por este puente mientras tengamos vida." Durante la noche los isabelinos intentaron apoderarse del puente, y ante la alarma acudió nuevamente Serrano, diciéndole Burillo: "Retírese V.E. y descuide, que por aquí no han de pasar los enemigos." La intervención del Cuerpo de Carabineros en la batalla del Puente de Alcolea fue decisiva para el éxito de la revolución de 1868, pues Burillo impidió por dos veces qua los Isabelinos pasasen el puente; una al intentarlo por sorpresa y otra mediante un ataque perfectamente planeado. Mientras los carabineros de Andalucía daban muestras de valor, combatiendo en favor del Duque de la Torre, los de otras provincias defendían la causa de Isabel II, y así, en Alicante, el sargento Llorca, con diez carabineros, derrotaba a un grupo de revoltosos atrincherados en un teatro. En Alcoy se produce un encuentro entre veinticinco sublevados y un grupo de carabineros, resultando de éstos dieciocho heridos. En Calahorra (Logroño) hay un cabo muerto por defender la causa de Isabel II. En Santander, el 20 de septiembre, un grupo de revolucionarios asalta el Ayuntamiento. Acude a desalojarlos una compañía de Guardia Civil, qua les hizo saltar de sus atrincheramientos; la retirada les fue cortada por otra compañía de Carabineros, que logró dispersarlos. No menos importantes fueron las ocurrencias del Puerto de Santa María (Cádiz), donde el teniente coronel Luque Carrasco, jefe de la Comandancia de Cádiz, se expresaba en un documento oficial de la forma siguiente: Terminada la revolución de 1868, se acordó por orden gubernativa que los carabineros prestasen servicio en las estaciones de ferrocarriles ubicadas en las zonas fiscales, agrupándose además la fuerza de Caballería por escuadrones completos. Por Real Orden de 5 de mayo (1868) se acordó que un número determinado de sargentos, por orden de antigüedad, pasasen al Colegio de Carabineros Jóvenes, con el fin de seguir cursillos para ascenso a oficial, siendo éstos los primeros oficiales que, procedentes de las escalas del Cuerpo, cursaron estudios en el Centro recientemente creado para ese fin. IV. APOGEO DEL CONTRABANDO. EL LEVANTAMIENTO CARLISTA. LOS INSPECTORES DE HACIENDA. EL CONTRABANDO DE HUESCA. EL CORONEL CASALÍS. COMIENZA LA TERCERA GUERRA CARLISTA.Consecuencia inevitable de la revolución de 1868 fue el aumento que experimentó el contrabando, pues sus autores tuvieron una ocasión formidable para el ejercicio de tan lucrativo negocio, al quedar desguarnecidas las costas y fronteras, por haber sido concentradas las tropas de Carabineros para reprimir la revolución. Sobresalientes fueron los encuentros en la zona del Pirineo central, principalmente en Huesca, donde los ansotanos ya tenían por costumbre hacer frente con sus trabucos a la fuerza de Carabineros. Diecisiete de éstos sostuvieron un verdadero combate en marzo de 1869, para poder realizar una aprehensión y conducirla a Ayerbe, donde trataron los contrabandistas de recuperarla, entablándose de nuevo el tiroteo, del que resultaron muertos y heridos varios carabineros, hasta que se consiguió dispersar a los atacantes. Entre los servicios humanitarios -en particular salvamento de náufragos- destaca de aquella época uno muy importante verificado en término de Carboneras (Almería), en el paraje llamado Cala de Sorbas, donde un violento temporal azotó la costa, ocasionando la muerte de dos niños y un joven de veintidós años. Varias personas intentaron salvarlas y al no poder se refugiaron en una cueva de la Cala de Sorbas, muy cercana a la lengua del agua. Al pretender salir les resultó imposible porque el temporal lo impedía. Noticiosos los carabineros de la crítica situación en que se encontraban aquellas personas, intentaron auxiliarles suministrándoles alimentos y ropas mediante el empleo de una cuerda. Así transcurrieron dos días y aunque su seguridad era bastante tranquilizadora, fueron algunos objeto de la desesperación y el pánico al pensar que ya no saldrían de allí con vida. El sargento Cárdenas, de la falúa "Diana", les advirtió a las trece personas que allí se encontraban, no se lanzasen al agua; más al notar que sus consejos eran desobedecidos, se hizo amarrar una cuerda y sostenido por varios carabineros se deslizó por la sima y consiguió por su propia mano salvar a diez personas, que hubo de subir una a una por el acantilado, previamente abrazadas a su cuello. Las otras tres, que no tuvieron serenidad para seguir los consejos del sargento, se desplomaron por los riscos. El sargento Pérez Cárdenas recibió como premio 50 escudos para "indemnización del deterioro de sus prendas". En 1870 empieza a acusarse la preparación de un nuevo levantamiento carlista, y en vista de que éste tomaba incremento, el Capitán General de Vascongadas ordenó la concentración de todos los carabineros de su Distrito, con un total de mil quinientos entre Infantería y Caballería, más cincuenta de Mar. Operaron en Guipúzcoa dos columnas de Carabineros con el principal objetivo de acosar a Ceballos, jefe carlista que con doscientos hombres había entrado en España. En el monte Haya hubo un encuentro entre carabineros y carlistas. En otras provincias de España también se hizo patente el levantamiento carlista, principalmente en la frontera con Portugal, donde una nemorosa partida que pretendía internarse por Salamanca no pudo lograrlo, al ser detenida por fuerzas de Guardia Civil y Carabineros. Los carlistas encontraron ya el apoyo entre los paisanos y a pesar de las persecuciones de que eran objeto, a semejanza de otras anteriores, estaban muy aferrados al país donde merodeaban. En 21 de enero de 1871 fue creado el Cuerpo de Inspectores de Hacienda, dándoles a conocer en el de Carabineros como delegados del ministerio correspondiente, aunque esta nueva medida, como todas las anteriores, resultó completamente ineficaz para combatir el contrabando, muy arraigado y habitual en ciertas regiones del país. Las Comandancias con misiones más difíciles seguían siendo las de Huesca y las inmediatas al Campo de Gibraltar (Cádiz y Málaga), donde los tiroteos con los contrabandistas pasaron a ser ocurrencias cotidianas. Cuando comenzó a acusarse un decaimiento en el contrabando surgió la Tercera Guerra Carlista, y como no podía menos de suceder, Carabineros tomó, lo mismo que la Guardia Civil, parte activa en ella, abandonando sus peculiares servicios. Al entrar en España Rada, salió una columna de Carabineros a su encuentro y batió a los carlistas en Arrigorriaga. Los mandaba el comandante Pascual de la Degardeta. Durante el mes de mayo se organizó una columna compuesta por cuatro compañías de Cazadores de Mendigorría, cuatro de Cazadores de Cuba y dos compañías de Carabineros, a las órdenes del coronel Aldanesi, perteneciente al Cuerpo de Carabineros; pasó a Oroquieta para batir a los carlistas, mientras que por la parte de los Alduides, el teniente coronel de Carabineros Quevedo actuaba en la zona de Arnaiz. No pudiendo alcanzar al ejército carlista el general Primo de Rivera, encargóse al coronel Aldanesi y al teniente coronel Quevedo la persecución de los facciosos, que consiguieron rendirlos de cansancio; una vez copados, se acogieron al indulto a presencia del alcalde de Arana. También de Bilbao salió en dirección a Miravalles otra columna al mando del teniente coronel Felipe Surillo, con el objeto de expulsar a los carlistas posesionados de las alturas de Zaritamo, amenazando la plaza de Bilbao. Mientras la columna realizaba su progresión comenzó a recibir nutrido fuego, cada vez más intenso, hasta que consiguieron refugiarse en Arrigorriaga, desistiendo de atacarla por ser muy numeroso. Al dirigirse a Miravalles, Burillo destacó una compañía de Carabineros al mando del capitán Roncalí, con la pretensión de apoderarse de las inmediaciones del puente, para defender su paso. El resto tomó posesión de algunas casas aptas para la defensa, mientras se daba parte al Gobernador Militar de Vizcaya de las novedades acaecidas, el cual organizó una columna en dirección a Arrigorriaga. Al observar que una numerosa partida de rebeldes se dirigía con ánimo de unirse a la que había sido fijada por Burillo, se ordenó a éste emprender la retirada hacia Bilbao. En el sitio de la villa de Bilbao destacó sobre todos sus defensores el carabinero Juan Díaz Cordero, que el "10 de abril se ofreció voluntariamente a llevar un parte desde el Cuartel General del Duque de la Torre en Somorrostro al Comandante General de Vizcaya, atravesando las líneas enemigas disfrazado de pastor, y con grave riesgo de su vida, entró en Bilbao el día 13 a las doce de la noche, tomando después parte activa en la defensa de la plaza". Las vicisitudes pasadas por el carabinero Cordero hasta entrar en Bilbao constituyen uno de los episodios humanos más sobresalientes de la historia militar del siglo XIX, pues tuvo qua desplegar gran astucia y mucha sangre fría. Cayó varias veces en poder de los carlistas, que lo tildaron de espía, y luego de cuatro días de andar incansablemente, sin concederse un momento de descanso, en largas horas de fatigoso caminar, venciendo mil penalidades, con marchas nocturnas por extraviados lugares en lucha tenaz contra la lluvia, el viento, las caídas y el hambre, consiguió llevar a buen fin la misión que el general Serrano Domínguez le había confiado. Atravesó el cerco de Bilbao sin ser descubierto. Por su heroico comportamiento, Cordero fue recompensado con el empleo de sargento primero del Ejército, pero pareciendo poca recompensa, se le otorgó el empleo de alférez. Fue felicitado por la población de Bilbao y recibió el premio en metálico instituido para aquel que consiguiera entrar en la plaza sitiada burlando el asedio del enemigo. Cordero despreció las gratificaciones que le ofrecieron y sólo pidió como recompensa por su servicio que "fuesen perdonados sus compañeros sujetos a sumario". Destinado más tarde a Madrid, al concedérsele el empleo de oficial, fue destinado a Bilbao para que "cuide del almacén si lo hubiere a otro análogo, pues con empleo tan anodino de alférez-carabinero (por un lado era alférez del Ejército, pero en realidad seguía siendo simple carabinero) no se sabía en qué emplearle". En junio de 1873 las partidas navarras, capitaneadas por Dorregaray, se presentaron en Miranda de Ebro, y ante la posibilidad de un ataque, el jefe de la Comandancia de Burgos, que tenía su residencia en dicha localidad, se dispuso para resistir el gesto altaneramente ofensivo de los carlistas. Reforzó la guardia de la estación, fortificó los puentes y distribuyó el servicio. Desplegó en guerrilla en dirección al enemigo que durante tres horas estuvo hostilizando, hasta obligarle a tomar la otra orilla del río, consiguiendo así ganar el puente a pesar de la oposición de unos cien jinetes carlistas. Otras acciones destacadas en aquella campaña fueron las del capitán Manuel Soto, que con su compañía de Carabineros y alguna tropa del Ejército y voluntarios hizo frente a Savalls, que capitaneaba una partida de mil hombres oriundos de la villa de Olot. El ataque, muy violento durante todo el día 5 de diciembre, obligó a reducirse a la guarnición, a establecer la defensa en el cuartel, iglesia parroquial, hospicio y algunas casas más, entre las mejores construidas, a causa de que los carlistas, posesionándose de los edificios más inmediatos, hacían fuego desde balcones y ventanas. Todos se defendieron bizarramente. Destacó por su crudeza la lucha en el templo parroquial, donde un cabo y nueve carabineros se hicieron fuertes, pues "se portaron con el mayor valor, derribada su fortificación, pegados a la puerta que conduce al campanario y siendo el humo excesivo se redujeron al último cuerpo de él, donde continuaron la defensa". El brigadier Andía pudo llegar a tiempo con su columna de socorro para salvar a tan esforzados carabineros. V. DESPLIEGUE DE CARABINEROS DURANTE LA CAMPAÑA DE MORIONES. LOS CARABINEROS EN LA TERCERA GUERRA CARLISTA.En las Vascongadas, la fuerza de Carabineros durante la Tercera Guerra Carlista se encontraba distribuida de la siguiente forma: En Vizcaya, una compañía en Bilbao, otra en Portugalete y una sección en Olaveaga; en el resto de la provincia varios destacamentos tipo sección. En Guipúzcoa se hallaba distribuida en las Aduanas de Irún, el Bidasoa, Pasajes, Zumaya, Tolosa, Deva y Zarauz. Posteriormente se formaron batallones (15-VI-1873), y por orden del Gobierno se organizó una columna de cuatro mil carabineros, dando las órdenes pertinentes a la Inspección General. La fuerza quedó concentrada en las comandancias para salir al punto de reunión designado, qua fue Aranjuez. Los batallones recibieron los números del 1 al 7, componiéndose todos de seis compañías. Con la Caballería del Cuerpo se formó un regimiento integrado por tres escuadrones. Fue su jefe un comandante. Los dos primeros batallones fueron disueltos de inmediato. Quedaron, pues, cinco formando unidades completas, con mandos propios. Si recordamos que el contingente de Carabineros en aquellas fechas era de unos trece mil quinientos hombres, y el de batallones era de unos seis mil, casi la mitad de los hombres de la institución, contribuyó con su esfuerzo a la conclusión de la tercera guerra civil dinástica. Los batallones fueron destinados, al primero al Norte. Tomó parte destacada an las operaciones del levantamiento del cerco de Bilbao; el segundo estuvo en las ocurrencias de San Pedro Abanto y una vez levantado el cerco de Bilbao, después de formar parte de la columna del comandante Arjona, fue destinado a Málaga y Sevilla. Fue disuelto en 25 de octubre de 1873. El tercer batallón, comisionado para las provincias de Valladolid, Santander y Palencia, tuvo encuentros con diversas partidas carlistas. Estuvo presente en las ocurrencias de Ramales. El cuarto contribuyó -esporádicamente- al levantamiento del cerco de Bilbao. Tuvo establecida su Plana Mayor en Haro (Logroño) y mereció ser citado por el general Martínez Campos como distinguido. El quinto cooperó con el segundo y cuarto en las acciones de Galdames. Por último, el sexto también actuó en el levantamiento del cerco de Bilbao; después fue destinado a Santona y formó parte del tercer Cuerpo de Ejército que mando el general don Manuel de la Concha. Estos batallones tuvieron una importante intervención en situación crítica para las armas gubernamentales. El séptimo batallón fue empleado en perseguir las partidas carlistas de La Mancha y Andalucía. Organizado en Ciudad Real, se destacaron unos cincuenta caballos al desfiladero de Despeñaperros. Uno de sus hechos más importantes fue la captura de Miguel Lozano, jefe de una partida de mil quinientos hombres que hizo temerarias por su arrojo las algaradas realizadas en tierras de Albacete, Murcia y parte de Andalucía. Al sufrir un descalabro, en unión de sus oficiales metióse en un tren con intención de huir a Gibraltar, pero en la estación de Vilches, donde había un destacamento de Carabineros, diose la especial circunstancia que uno de ellos le conocía, por haber sido años antes su asistente mientras hizo el servicio militar. Reconocido Lozano, lo comunicó a su sargento, que procedió a su detención en unión de los que le acompañaban. De la misma forma, en Cataluña se había hecho una gran concentración de Carabineros. Hubo en Barcelona dos jefes con ciento cincuenta hombres; en Tarragona, un jefe y doscientos cincuenta hombres, e igualmente en Lérida, distribuidos entre la capital, Tremp y Pons. Estas fuerzas se habían concentrado para perseguir a Castells, estando todas las de la Región al mando del coronel Casalis, quien en unión de las columnas de Mola, Pascual y Lacanal, alcanzaron a Castells el 30 de abril (1874) en Prats del Rey tras un día de marcha ininterrumpida. La tropa carlista se desbandó, no consiguiendo otro éxito que el de hacer algunos prisioneros. Dado el giro que tomaba la insurrección y los abusos cometidos, tomó el mando de las columnas que operaban en Barcelona el brigadier Franch, y en la de Gerona el brigadier Nouvillas. Este organizó tres columnas para que efectuaran desplazamientos repetidos por los puntos más amenazados, con la orden rigurosa de fusilar a todos los que fuesen apresados con las armas en la mano. Estas columnas fueron reorganizadas posteriormente con integración de tropas de Ejército, Guardia Civil y Carabineros. Se establecieron las Planas Mayores en Figueras, La Bisbal, Puigcerdá y Olot. Mandaba la última el capitán de la Guardia Civil Ricardo Viera, Comandante militar de la Plaza. Este capitán envolvió con su tropa a una partida de trescientos hombres mandada por Zaragatall, famosa por el arrojo de sus hombres. Tras la entrada en España de Savalls el aspecto de la guerra civil cambió par completo. Savalls dedicóse a reagrupar las pequeñas partidas para emprender operaciones militares de relativa importancia, conseguir recursos económicos para la lucha, organizar voluntarios a los que ofrece "siete reales de haber y uno para alpargatas" y dar las órdenes pertinentes a los jefes de las diversas partidas que quedaban todas bajo su mando. Preparadas las fuerzas para la batalla, se dirige el 20 de mayo para Besalu, donde alcanzará a la columna de Olot, salida con este fin, y al siguiente día prosigue la marcha de la columna del capitán Viera, que comprueba la presencia de los requetés -unos trescientos cincuenta hombres- cuando llega a Beuda. Tanteado el terreno, se ordena cubrir el servicio de vanguardia en los primeros combates a una guerrilla de la Guardia Civil obligada a sufrir intenso fuego del enemigo. Se le refuerza con una sección. Después de ser rodeado el poblado se inicia el ataque en firme sobre el mismo. Hay que recurrir al asalto de cada una de las casas, de las que los carlistas son desalojados en lucha cuerpo a cuerpo con el arma blanca. Aunque Savalls se retira con bastantes hombres, es perseguido por la Guardia Civil y Carabineros; el día 27, acosado, ha de enfrentarse con una columna de aquéllos que manda el jefe de la Comandancia Constantino Galindo, y sufre severa derrota. En los primeros días de junio, Savalls es atacado nuevamente por la columna de Gerona, viéndose precisado a organizar la retirada. Como Savalls había hecho diversas incursiones por la zona costera de Gerona, se dispuso el aumento de efectivos para su acoso y poder atender mejor a la defensa del territorio. El 7 de junio, el capitán Viera entabla a su vez combate con Tristani, cuya tropa se encontraba acampada en las proximidades de San Esteban de Bas. Tristani manda unos seiscientos hombres y alguna artillería. Tras encarnizado combate, Tristani se repliega, luego de haber numerosas bajas por ambas partes. Otros encuentros entre carabineros y carlistas tienen lugar en La Junquera, donde se toman posiciones premeditadamente para una tenaz defensa. La columna Alcega, integrada con carabineros de la Comandancia de Tarragona, tuvo que retirarse, después de tener quince muertos. En octubre de 1874 se organiza la persecución de Farrés; para ello se organizan las columnas del teniente coronel Moreno (Batallón de Cazadores de la Habana) y del comandante Morales, de Infantería. El conjunto lo manda el coronel José Prior, de la Guardia Civil, que se dirige con toda su tropa hasta Pobla de Segur, sin poder entablar combate, a causa de la constante huida de los carlistas. Combates de mayor o menor entidad libraron las fuerzas de Carabineros en las provincias Vascongadas, Navarra y Cataluña, donde se habían producido mayor número de levantamientos. También se organizaron expediciones y columnas armadas para combatir la insurrección en Asturias, Zamora, Salamanca, Extremadura y otras zonas limítrofes con Portugal en las provincias de Pontevedra y Orense. VI. UNIFORMIDAD. JEFES. OFICIALES. INFANTERÍA. CABALLERÍA. MARINOS. SUELDOS, HABERES Y GRATIFICACIONES.No podemos concretar con exactitud cuál fue el primitivo uniforme de los Carabineros de Costas y Fronteras; más por ciertos detalles reflejados en la Historia Orgánica de la Infantería y Caballería del Conde de Clonard puede aseverarse se componía de levita azul turquí, pantalón del mismo color en invierno y pantalón blanco de lienzo en verano; correaje blanco, cabos verdes en todas las prendas, siendo las hebillas y chapas de metal blanco. Al crearse los Carabineros de la Real Hacienda, la prenda de cabeza fue el chacó, adornado con una galleta de color verde y provisto de funda, conservando la levita y el pantalón con los mismos colores ya mencionados; polainas de color pardo de paño, guantes verdes para diario y blancos para fiestas y gala, usando esclavina de azul turquí durante el invierno. El uniforme se reformó totalmente en 1850, adoptándose el pantalón de color gris marengo, siendo la levita del mismo color pero con cuello y vueltas carmesí y cartera azul; los alamares de color verde de estambre, botones de metal dorado convexo, donde aparecía grabada la palabra "Carabineros". Éstos usaban dos sardinetas de galón verde en el cuello; el pantalón era gris celeste liso sin ningún adorno. Se usó el morrión de paño negro con galón verde y escarapela encarnada, con presillas de metal dorado, pompón circular y flama de estambre verde. La mochila con correas negras y maletín rayado con unas rodajas del mismo color bajo las siglas del Cuerpo; llevaban para su comida una fiambrera de hojalata prendida al cinturón. Los jefes de distrito, los capitanes y los oficiales de las compañías (escuadrones) de Caballería usaban sombrero apuntado con galón de oro con las divisas de su empleo en la presilla cuando lucían casaca. En los demás casos, morrión parecido al de la tropa, con galón, aparte de las charreteras doradas correspondientes a su empleo. La tropa de Infantería disponía de levita de paño pardo hasta la rodilla, con hilera de nueve botones y cuello abierto color carmesí, corbatín negro con chalina que cubría el pecho, chaquetilla amarilla debajo de la levita en invierno y poncho o capote de monte, con capucha postiza de la misma tela, pantalón gris y blanco de hilo, para verano. El morrión era igual al de los oficiales, pero sin galón, chapa ni flama, sustituidos por una presilla de estambre verde. Posteriormente se sustituyó el pompón por una bellota también verde, usando para estar en el cuartel “cachucha" del mismo color, carente de armadura y visera. Todos los correajes para servicio eran de color negro. La tropa de Caballería usaba las mismas prendas que la de Infantería, siendo algo más corta la levita y careciendo de portezuelas las bocamangas que se abrochaban por medio de dos botones. Como calzado tenían media bota de cuero de seis pulgadas de altura y trabillas de botones dorados, espuelas vaqueras y cartucheras con correas sencillas sin bandolera; el sable de tirante, con vaina de acero y forrajera pendiente de una anilla del morrión. Como arma de fuego estaban dotados -igual que la Infantería- de carabina "Minié", pero sin bayoneta, la cual se colocaba terciada a la espalda. La montura con fuste de nogal y chopo sin herraje, y la cabezada y las riendas del color natural del cuero, teniendo para colocar el capote, un par de pantalones y la gorra, una perilla sobre la montura. A la grupa llevaban un saco corto para contener el pienso de un día y el maletín de paño “matapardo", con circulares y vivos carmesí. Los Carabineros de Mar, llamados comúnmente marinos, usaban sombrero negro charolado, con las siglas C.D.R. (Carabineros del Reino), pañuelo de seda negro al cuello y chaqueta color pardo con solapa abierta con doble hilera de siete botones y cuello vuelto de color carmesí, faja de tipo moruno del mismo color, siendo los pantalones de igual tejido que los de Infantería, pero más anchos (estilo marinero). El armamento era el mismo que el asignado para la Infantería. Los jefes y oficiales se sujetaban en todo a las mismas normas para la uniformidad, cualquiera que fuese su Arma de procedencia, siendo las prendas de la misma hechura y color que los de la tropa a sus órdenes, pero con cordones y presillas de oro, pudiendo usar prendas para servicio con presillas de estambre verde. Se desechó el uso de los distintivos en las mangas. Los de Caballería usaban la espalda de metal para neutralizar el roce de la cartuchera, luciendo los graduados de jefe dos presillas con cordón de oro que, partiendo de la costura del hombro, se abrochaban en un botón junto a la del cuello. Era obligatorio llevar el sable pendiente de un tahalí de cuero negro, igual que los que llevaban los de Caballería para el espadín recto, usado durante el paseo. Los jefes de Distrito usaban sombrero con borlas y presilla de canalón. Todos los oficiales debían lucir guantes blancos de ante, y en formaciones con la tropa, el kepis. Los jefes de Infantería tenían como prenda de abrigo el gabán pardo con capucha postiza. En 1854 se modificaron los uniformes reformando la confección de la levita, adoptando la del cuello cerrado con cuatro corchetes. Se aceptó también el uso de chaquetón de paño gris que cubría hasta las caderas, con doble solapa forrada interiormente de bayeta color oscuro, con dos bolsillos exteriores a la altura de las caderas. Prenda muy útil para la fuerza que prestaba servicio en las playas y apostaderos, quedando reservada la levita para los actos de población y otros en que no se sufriesen deterioros. El chaquetón se reformó en 1857, adaptándose en el mismo año un capote de color castaño con esclavina para jefes y oficiales de una longitud de unos seis centímetros por debajo de las rodillas. En agosto de 1858 se adoptó el ros para formaciones y para la Caballería, pero sin cubreorejas. Posteriormente, en febrero de 1882, se aceptó como prenda reglamentaria la guerrera de paño azul oscuro, con tres hileras de botones, con presillas de cordón negro, careciendo las mangas de bocamangas, pero estando figuradas con un ribete de paño. El cuello era igual al de la levita, con las siglas del Cuerpo, teniendo dos bolsillos superiores y hombreras de cordón. La capota lucía embozos y contraembozos blancos, teniendo en el cuello las divisas relativas al empleo. Como prenda de cabeza se usaba la gorra prusiana, con visera recta, de color pardo, quedando suprimida la gorra cuartelera. También se usó el ros por los jefes de Distrito en substitución del sombrero y la leopoldina. La tropa adoptó las mismas modificaciones que los mandos. En 1884 se ideó nueva gorra para la oficialidad, que recibió el nombre de teresiana, similar a la que actualmente usa el Tercio. Con fecha 27 de diciembre de 1920 se aprobó un nuevo Reglamento de uniformidad para la oficialidad, siendo del mismo modelo que la de ésta, pero con coronas y emblemas precisamente metálicas y barboquejo de charol negro. La guerrera azul se diferenciaba de la de la tropa en que tenía un ojal para facilitar el paso de un tirante que, suspendiendo del cinturón, serviría para sujetar la funda de la pistola. Para servicio se usaba el ros igual al de la tropa o la gorra gris reglamentaria en la oficialidad, sirviéndose de ella en los casos prevenidos, siendo siempre metálica la corona y el emblema del Cuerpo. La guerrera y pantalón grises igual que la tropa y de la misma calidad de tejido, pero de confección icónica a lo de los oficiales. Los de Caballería tenían calzón de paño gris con un vivo en la costura exterior; las polainas eran de cuero color avellana, moldeadas con el corte horizontal y el inferior en forma especial para que hiciese juego el empeine del pie, con armadura de material en su interior, hasta una altura de siete centímetros. El armamento del Cuerpo de Carabineros en el tiempo que referimos fue la pistola "Campo Giro", declarada reglamentaria en el Ejército. El cordón de la misma era de cuero en su color natural; como arma blanca se usaba el sable "Puerto Seguro", reglamentario en la oficialidad. Los sables y pistolas eran facilitados por la Dirección General a través de las Comandancias, que los retiraban a su vez de los Parques de Artillería del Ejército. Se facilitaba además a los usuarios la funda de pistola con su cordón, así como los fiadores del sable, sin cargo alguno, por ser propiedad del Cuerpo. Los equipos de montura para suboficiales y tropa eran facilitados sin cargo para las Comandancias, que tenían la obligación de costearlos de sus fondos, pasando a ser propiedad de las unidades y cedidos en usufructo a los adjudicatarios. Con referencia a sueldos, haberes y gratificaciones, consignemos los correspondientes a 1934, muy similares a los de la Guardia Civil. Eran los siguientes: Suboficiales y sargentos con veinte o más años de servicio y cuatro de empleo, 4.500 pesetas anuales; sargentos, 3.830; cabos, 3.465; carabineros de 1.ª clase, 3.160; de 2.ª, 3.100; matronas de 1.ª clase, 3.465; de 2.ª, 3.100. Por otros devengos tenían para vestuario 120 pesetas anuales por individuo; como premio de constancia en cuantía anual, 500 pesetas los suboficiales desde los veinte años de servicio, a excepción de los sargentos con sueldo de suboficial; 100 pesetas para sargentos, cabos y carabineros como gratificación especial. Los premios de efectividad en cuantía anual eran de 75 pesetas; por bonificaciones de servicios, 500 pesetas al año para suboficiales y sargentos; 350 para los cabos y 275 a los carabineros; los de Caballería tenían 100 pesetas para limpieza del caballo y equipo. Los que carecían de alojamiento oficial, por falta de pabellón, percibían una gratificación anual de 336 pesetas los suboficiales, 264 los sargentos, 192 los cabos y 180 los carabineros. En cuanto a sueldos y demás devengos de jefes y oficiales, gozaban de los mismos emolumentos que los de igual empleo en el Ejército. VII. SE CONCEDE EL USO DE BANDERA. VICISITUDES ORGÁNICAS. MEJORAS EN EL CUERPO. EL COLEGIO DE ALFONSO XIII. LA ACADEMIA DE OFICIALES.Siendo Inspector General del Cuerpo el general don Manuel Gasset, interpretando el deseo general de la Institución de tener bandera propia, se solicitó del Gobierno la concesión de la misma; fue aceptada la petición por el teniente general Jovellar, a la sazón Ministro de la Guerra, en otro tiempo Secretario General de la Inspección General de Carabineros. Se justificó la propuesta en el heroísmo que dieron prueba los hombres del Cuerpo de Carabineros durante la Tercera Guerra Carlista, y también en los muchos méritos contraídos hasta entonces, los cuales se hacían largamente acreedores a tal concesión. Con fecha 7 de abril de 1875 se otorgó la concesión de la enseña de la Patria. La bandera debía llevarla en campaña el primer batallón que se formase, estando depositada en tiempo de paz en la Inspección General o en el Colegio. Este honor dispensado al Cuerpo de Carabineros en premio a sus merecimientos para enaltecer de manera patente a todos sus componentes, simboliza, como es lógico, sus glorias militares. La bandera fue bendecida y entregada al Colegio de San Lorenzo de El Escorial, y para asistir al acto se nombraron comisiones de todas las Comandancias que, con el general Gasset y el brigadier Secretario General, procedieron a su recepción en 25 de mayo del mismo año, con asistencia de las Autoridades civiles de la población. Terminado el acto, por la Compañía de Educandos se juró bandera y se levantó la correspondiente acta para dar constancia de la celebración del acto. Circunstancias especiales contribuyeron a que la totalidad de las casetas de Carabineros, debido al tiempo y al abandono, estuvieran unas derruidas y otras inhabitables cuando fueron disueltos los batallones y la fuerza volvió a sus Comandancias. Este grave problema del alojamiento hizo al Cuerpo volver a los antiguos tiempos en que tenían que vivir los carabineros en chozas, sin que inconveniente de tanta envergadura pudiera ser remediado. En marzo de 1878 se suprimieron las aduanas que habíanse establecido en los ríos Gallego y Ebro. De nuevo tornaron los contrabandistas "por la brava" a disputar la posesión de sus alijos, contrarrestándose la moralidad de la fuerza, que tras efectuar una larga campaña donde puso todo su esfuerzo, se encontró, según un coetáneo, "sin albergues, harapientos, esperando cobrar los pluses que se le asignaron cuando empezaron las operaciones y en algunas Comandancias los haberes de dos, tres y hasta cuatro meses; se observó que parte del personal era materia propicia para su intento y no necesitó esperar a mejor ocasión para descubrir su táctica de ataque entre la corrupción de la fuerza". La Renta de Tabacos no experimentaba alza alguna y el Ministro de Hacienda solicitó la colaboración de tropas del Ejército, principalmente en las provincias andaluzas, Galicia y Levante. Fueron suprimidas de la plantilla mil quinientas plazas, y en la lucha empeñada con los contrabandistas, las Comandancias de Cádiz y Málaga, en relación con las demás, ofrecen un contraste notable, pues mientras aquellas eran felicitadas, en las andaluzas "existía una proporción de castigos de trescientos por uno, en relación con el promedio de las demás Comandancias". "No es un secreto para todo el que conozca el Cuerpo -nos dice el teniente Las Casas- que la proximidad de estas zonas a Gibraltar, la índole de sus habitantes que hacían entonces del contrabando su principal medio de vida y en lugares determinados el único; la protección que de una manera franca les prestaban los que, aun siendo autoridades, se beneficiaban del tráfico ilegal; el estudio que hacían de los carabineros destinados en aquellas costas para conocer sus necesidades y halagarlas, las dificultades de las comunicaciones; el exceso de trabajo; la escasez del retiro, que lanzaba a la complicidad en los últimos años de su vida militar a muchos individuos qua se veían en las puertas de la miseria, cuando ni sus fuerzas ni su edad les permitían trabajar para ganarse el sustento; el ambiente inmoral y la falta de apoyo de los que negándoselo hacían inútil el esfuerzo de los que no se olvidaban de su deber; las constantes expediciones fraudulentas que sallan de los puertos marroquíes y argelinos y las causas de índole interna repetidas veces impuestas, colocaban a los carabineros en el dilema de ir a presidio por haber sido vulnerada su línea varias veces, a pesar de su esfuerzo, su ímprobo trabajo y su honradez, o seguir la misma suerte y hacer algún dinero si, olvidándose de su honra, manchaban para siempre su uniforme y el nombre del Cuerpo con su indigno proceder." El 12 de febrero (1862) se publicó una disposición por la que se exigía a los aspirantes a Carabineros saber leer y escribir. En el mismo año se reformó el cuadro orgánico del Instituto, suprimiéndose dos coroneles y cuatro tenientes coroneles, aumentándose en cambio veintitrés capitanes. En 1887 se suprimieron las compañías de Caballería de Navarra y Huesca y la provincia de Málaga se dividió en dos Comandancias, estableciendo en Estepona la de nueva creación. A finales del siglo XIX hubo necesidad de efectuar bastantes reformas de considerable importancia, siendo la más definitiva el permanente deseo de los Inspectores Generales de seleccionar escrupulosamente el personal que solicitaba el ingreso, inculcándoles a todos ellos el mantenimiento de una férrea disciplina. En su consecuencia, se idearon unos cursos para carabineros aspirantes a cabo. La oficialidad, desde hacía tiempo, también estaba ayuna de estímulos que le compensara el estancamiento en los empleos. Fue creado el Colegio de Alfonso XIII para los huérfanos de oficiales y tropa. Su fundación data de 9 de agosto de 1895, siendo en principio una asociación voluntaria, contribuyendo a su sostenimiento los componentes de la Institución mediante una cuota mensual, haciéndose extensivos los derechos de ingreso a los hermanos y sobrinos de aquellos que no tuviesen hijos. Los huérfanos podían tener entrada en el Colegio a los nueve años, permaneciendo hasta los diecinueve, aun siendo socorridos por la Asociación hasta los veintitrés si el Consejo de Gobierno lo consideraba conveniente. Las huérfanas eran admitidas a partir de los siete años, estando encargadas de su educación las monjas Concepcionistas. A los huérfanos se les data preferentemente facilidades para el desarrollo de la carrera militar y a las huérfanas la de magisterio. Se estableció con separación absoluta del Colegio de Alfonso XIII y con fecha 14 de febrero de 1907, la Academia de Oficiales, estando destinada para los sargentos del Cuerpo que aspirasen a ser oficiales subalternos, mediante la adquisición en dicho centro de los conocimientos necesarios. Después sufrirían examen en la Dirección General ante un tribunal presidido por el Secretario General. La Academia de Oficiales se estableció en San Lorenzo de El Escorial, donde hubo temporalmente un Colegio con parecidos fines, disuelto en 1903. La plantilla de la Academia componíase de coronel director; teniente coronel jefe de estudios; comandante jefe de detall; cinco capitanes profesores; siete tenientes, ayudantes de profesor; un médico; un capellán; un profesor de equitación; un maestro director de Banda y dos profesores civiles para idiomas, con la plantilla necesaria de tropa tanto de Infantería como de Caballería para el régimen interior del establecimiento. Por Ley fechada en 20 de junio de 1918 se asignaron dos vacantes al Cuerpo de Carabineros para el Estado Mayor General del Ejército, dando así posibilidad a los coroneles para alcanzar el generalato. En principio, uno de estos generales recibió el nombre de General Inspector, desempeñando aquellas funciones que por delegación le encargase el Director General. El segundo desempeño el cargo de Secretario General, hasta entonces adjudicado a un general de Brigada del Ejército. VIII. SE CREA LA SUBDIRECCIÓN. RESEÑA DE SERVICIOS DESTACADOS (1924-1936). DESPLIEGUE ORGÁNICO DEL CUERPO DE CARABINEROS EN 1936. BIESCAS.Por Real Decreto de 4 de julio de 1924 se asignó al Cuerpo de Carabineros un general de División con el cargo de General Subdirector y dos generales de Brigada con el cometido de Generales Inspectores a las órdenes del Director General. Se crearon las inspecciones de alcoholes, desempeñadas por oficiales del Cuerpo. La plantilla fue aumentada considerablemente, llegando a un contingente de 20 coroneles, 32 tenientes coroneles, 77 comandantes, 172 capitanes, 390 tenientes y unos 15.000 hombres entre suboficiales y tropa. El General Subdirector tuvo a su cargo todos los asuntos de índole peculiar y técnica del Cuerpo, reservándose el Director General aquellos asuntos que necesitaban contacto mutuo entre los departamentos ministeriales de Guerra y Hacienda. Durante la Dictadura, los servicios del Cuerpo de Carabineros llegaron a su apogeo. Como en tantos aspectos de la vida nacional, también había de reflejarse en el servicio peculiar de este Cuerpo que a España la dirigía un hombre de pulso firme. Recordemos algunos hechos de los más salientes en aquella época. En 1924 el teniente Guitard efectuó un importante descubrimiento en la Ciudad de Cabra, interviniendo 12 Tm. de azúcar y 10 Tm. de sucedáneos de café. En el mes de mayo del mismo año, un carabinero de la Comandancia de Cádiz aprehendió en el puesto de Torre del Tajo catorce bultos de tabaco, un bote y cinco reos, demostrando gran serenidad al haber efectuado el solo el servicio, reduciendo en paraje solitario a la obediencia a los cinco contrabandistas. El capitán González, de la Comandancia de Vizcaya, se distinguió durante todo el año por efectuar gran número de aprehensiones, destacando una partida de 2.600 sacos de judías. En 1926 tiene lugar en el muelle de Alicante una importante aprehensión en un vapor italiano. Las mercancías decomisadas consistieron en 43 Tm. de café, además de otras muchas partidas de mercancías varias como paraguas, perfumes, collares, bolsos, naipes, etc. En 1927, el teniente de la Comandancia de Lugo Domingo Carballo levanto acta y aprehendió 10.000 litros de alcohol en distintas poblaciones. La intervención del personal del Cuerpo destinado en las inspecciones de alcoholes destaco considerablemente. Las recaudaciones en este aspecto del fraude aumentaron en la cuantía de 88.000.000 de pesetas en 1924; 92.500.000 en 1925; 101.000.000 en 1926 y 108.000.000 en 1927, demostrando de una manera palpable que al igual que en otras actividades nacionales, también se acusó en el Cuerpo de Carabineros una mayor eficacia en los servicios. Durante la Segunda República, la consistencia moral del Cuerpo se resquebraja considerablemente, muchos oficiales fueron exonerados de la noble emulación que les impulsaba a obrar como hombres de honor. Muy influidos los empleos modestos por los partidos de izquierda, se llegó a hacer "voluntaria" la suscripción del "Heraldo de Madrid", diario desvergonzado y antimilitarista, que cumplió su intención de observar los valores espirituales y la tradición de un Cuerpo prácticamente centenario. El relatar un lento ampliamente las vicisitudes y servicios del Cuerpo en los años que median hasta su desaparición, nos apartaría del objeto de esta síntesis. No obstante, es obligado recordar algunos, como la gloriosa muerte de los carabineros de la Comandancia de Jaca Manuel Montero y Sabiñano Ballestín, al oponerse a la sublevación de los capitanes Galán y Gracia Hernández en diciembre de 1930. En la Comandancia de Murcia fueron salvados de perecer ahogados al no saber nadar, por la fuerza que prestaba servicio en el muelle de Cartagena, ¡unos marineros!. El capitán Sánchez Izquierdo, de la Comandancia de Algeciras, con personal a sus órdenes cooperó eficazmente a la extinción de un incendio verificado en una falúa y que amenazaba propagarse a otras embarcaciones. Un violento temporal hizo naufragar al pesquero "Tomasa" en lo ensenada Vulcain del Puesto de Herencia (Guipúzcoa), cuyo personal, con grave riesgo y exposición de sus vidas, logro salvar a los diez tripulantes de la embarcación, a quienes posteriormente atendieron, facilitándoles comida y ropa. La valerosa cooperación del teniente Joaquín Coronado al prestarla para salvar a los acogidos al asilo de Deva donde se había producido una inundación, dio lugar a que et Ayuntamiento de la ciudad acordase premiarlos. Y felicitarlos. En cuanto a los servicios de orden público, recordemos la magnífica actuación de los jefes y escribientes de la Comandancia de Asturias durante la revolución de octubre de 1934, al resistir en la casa de la calle Magdalena cuantos ataques le dirigieron los mineros, infinitamente mayores en número y medios de destrucción. Al advenimiento de la Segunda República, el despliegue orgánico de Carabineros, formado por 14 Subinspecciones, era como se expresa en el presente cuadro:
A la Comandancia de Madrid pertenecían todas las provincias interiores, es decir, aquéllas que carecen de costas o fronteras. En el año 1935, las 14 Subinspecciones se reducen a 10 Zonas con 20 Comandancias, organización que puede considerarse como la final del Cuerpo de Carabineros. El final de la guerra civil supuso también el comienzo del fin del Cuerpo de Carabineros. El hecho de haber sido uno de los Cuerpos donde menos apoyos tuvo la sublevación, y, que, posteriormente, se convirtió en la elite del Ejército Popular, marcó su destino. El general Franco, que estuvo a punto de disolver la Guardia Civil -a pesar de que en una de las primeras reuniones que habían de dar lugar a la sublevación del 18 de julio de 1936, la del 10 de marzo de ese año, había jurado sublevarse contra la República si ésta disolvía el citado Cuerpo-, cosa que no hizo por la influencia de su compañero de infancia el general Camilo Alonso Vega, no tuvo la misma compresión con los Carabineros. El Cuerpo debía desaparecer. Así, en el artículo 4° de la Ley del 15 de marzo de 1940, podía leerse: El Cuerpo quedaba así oficialmente disuelto. Desaparecían más de 100 años de historia de las Fuerzas Armadas españolas.
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